El título de esta entrada se corresponde al de una película española protagonizada por Alfredo Landa y que hace poco he tenido la ocasión de ver.
En la película se narra el fin de semana de una familia de clase media de Madrid. Yo creo que está ambientada a principios de los 80.
Me ha gustado, porque me ha recordado a muchos de los momentos de mi infancia y mi adolescencia. Mis padres, al igual que les pasa al personaje de Alfredo Landa y a su mujer, también pertenecieron a esa clase media de finales de los 70 y primeros de los 80 que gozaban de una posición cómoda fruto del esfuerzo personal. Así, al igual que en la película, los fines de semana nos íbamos a una parcela que tuvimos primero en el campo y, posteriormente, un bungalow en los Arenales del Sol.
Lo cierto es, que al igual que en la película, nadie disfrutaba de esos momentos en la naturaleza o alejados del bullicio de la ciudad: mi padre porque aún así, tenía que salir escopetado para el aeropuerto todos los fines de semana; mi madre porque se pasaba el rato haciendo maletas, deshaciéndolas, volviéndolas a hacer, cocinando y limpiando la casa y cuidando las plantas y nosotras, por lo general, aburridas como una mona, ya que tanto en el campo como en la playa, fuera de la época estival, no había ni un solo niño con el que jugar. Nos poníamos muy pesadas para que nuestros padres nos dejaran invitar a alguna amiga o a alguna de mis primas.
Cuando crecimos un poco, esta situación empeoró, ya que cuando tienes 15 años, te apetece mucho estar con tu grupo de amistades. Recuerdo que odiaba ir a la casa de la playa, porque me desconectaba de mis amistades durante tres meses y apenas me daban permiso para coger el autobús e ir a Alicante a pasar la tarde. Hasta los 16 años, no empecé a aceptar la playa para pasar el verano. Fue mi primer verano de trabajo y lo hice por no estar aburrida. Gracias al trabajo, hice mis primeras amistades de verano.
El tiempo pasó, conocí a mi exmarido y me fui a vivir con él enseguida. Las primeras semanas vivimos en la ciudad, pero pronto, por razones de trabajo, nos fuimos a vivir al campo. Yo tenía que ir a trabajar a la ciudad, mientras él se quedaba en la finca trabajando. Todos los días, coche para arriba, coche para abajo. Es cierto que, al no tener hijos, disponía de más tiempo libre y de vez en cuando, me salía a buscarlo para hablar con él y ayudarlo en algo. Más bien era por hacernos compañía. Aunque no me gustaba la vida en el campo, acabé acostumbrándome a ella.
El sueño de mi exmarido era vivir en un chalet en el campo. Sin embargo, cuando hablábamos de esos temas, le recordaba las innumerables ventajas de la vida en la ciudad: supermercados a los que vas andando, médicos cerca, paradas de autobús cerca, ir a trabajar en autobús, vida en el barrio, ahorro en gastos... Pero es mejor vivir en un chalet o en un bungalow en una urbanización de las afueras. A mí no me parecía mejor, yo sólo miraba los ingresos y los gastos y las cuentas no me cuadraban.
Es cierto que cuando me divorcié y viví sola, elegí quedarme en Arenales viviendo. Los dos últimos años de matrimonio vivimos allí y se constató lo que yo decía con respecto a los gastos y a los ritmos de vida. Prácticamente, sólo dormíamos en la casa de lunes a viernes y los sábados por la mañana, me perdía yendo de compras, a la peluquería, etc. Tan sólo nos quedaba el domingo y si yo me emperraba en no salir a casa ni de padres ni de otros familiares.
Siempre me gustó la ciudad, en concreto, una como Alicante, que no es grande. Vivo cerca de la estación y como me han llamado de un curso en Elche, voy y vengo cómodamente en el tren por 61 € mensuales. Por 7€ y pico, tengo 10 viajes de bono-bus, por tanto, puedo ir y volver de San Vicente, haciendo transbordo (por el precio de un viaje, subo en dos autobuses). Si me pongo enferma, puedo irme al médico andando y si tengo que salir dos veces a comprar porque se me ha olvidado algo, en un santiamén llego andando al supermercado. Tengo cuatro peluquerías en la zona, una esteticién y dos farmacias.
Como gasto menos tiempo en hacer las cosas, tengo más tiempo para perderme por el campo si me apetece.