Hay profesores en la universidad que están muy bien. Son muy atractivos.
Hay uno que me gusta su asignatura; no se me da demasiado bien, pero cuando tengo que preguntarle, me pongo nerviosa porque él me impone. Lo tengo repasado de arriba a abajo, sólo con la mirada, claro. No puedo mirarlo a los ojos, porque no sólo es que está bien, es que me gusta.
Un día fui a su despacho para apuntarme las cosas que había hecho mal. Estuvimos charlando sobre cosas de la economía y me dijo que me volviera a pasar otro día por el despacho, aunque ya no me diera clase él. Me dio morbo. Hace poco tuve su examen y me salió tan mal que se lo entregué rápidamente y sin mirarlo a la cara, uno por vergüenza (porque me pegué un columpio impresionante con su asignatura) y dos porque como me gusta, no quiero que se dé cuenta.
Es que yo pienso que a las personas hay que respetarlas siempre, sobre todo, en el ejercicio de su profesión y a este hombre yo me lo he tropezado en esa situación y no en una noche de esas locas.