Desde octubre de 2008, en mi vida familiar ha habido los cuatro acontecimientos del título de la entrada: dos divorcios, un bautizo y un funeral.
Primeramente, mi divorcio, lo cierto es que bastante tranquilo y pacífico, pero muy esperado por toda la familia y algunas amistades. Todos respetaban que siguiera casada, pero nadie quería que siguiéramos juntos.
Segundo, el bautizo de mi última sobrina. Un gran acontecimiento familiar, pero no tan grande como nos tenían acostumbrados mi prima y su marido. Me halagó profundamente el ofrecimiento de ser la madrina de mi última sobrina. Se llama Susana y le gusto mucho. Normalmente, no hago reír a los bebés, pero ella sí se ríe conmigo.
Tercero, la muerte de mi tía-abuela. Con ella, se ha ido la última persona que quedaba de la niñez de mi padre. Para él llega en un momento doloroso.
Por último, el divorcio de mis padres que me tiene en tensión desde que empezó. Me mantuve desde el principio a un lado de los comentarios familiares. Siempre he sostenido que mi padre y mi madre son buenas personas, tanto juntos como por separado. Yo no veo sólo a un hombre y a una mujer, sino a mis padres. No me gustan ni los secretos ni las mentiras, por tanto, aunque todo esto sea un proceso doloroso, es mejor que cada uno se descubra a sí mismo, que estar viviendo toda una vida de autoengaño. Tampoco soy amiga de vivir de cara a la galería ni de las apariencias. Si algo es verdad y es así, cuanto antes se reconozca y se asimile, mejor.
Un amigo mío, divorciado, dice que los hijos sufren menos cuando los padres se divorcian siendo mayores. No tiene razón. Yo veo el sufrimiento de ambos, también sé que ahora les espera ver la realidad de otra manera, pues no sé por qué, el mundo es distinto cuando ya no estás en pareja.
Es curioso que mi padre nos trate de nuevo como si fuéramos niñas pequeñas. Ante eso, lo único que yo hago es recordarle que no lo somos y hacer lo que yo creo oportuno, sí lo escucho, pero le recuerdo que yo ya sé elegir. Me da mucha lástima mi padre, me he dado cuenta de que nunca ha sido una persona feliz. Me preocupa cómo encare la soledad. Puedo ver llorar a mi madre, pero se me encogió el corazón cuando vi llorar a mi padre. Quizás sea porque sólo lo he visto llorar dos veces en toda mi vida o por las circunstancias que pasa. A veces, me gustaría ser un hombre para saber qué hacer o decir, porque no se me ocurre nada.
Mi madre me trata como si fuera una amiga con la que toma café... y yo le digo que busque sus propias amistades, pues no me apetece saber tanto de su vida. Entiendo su sufrimiento. No me gusta cuando se cuelga medallas, porque tampoco es tan perfecta como ella cree.
Por lo menos, ahora son auténticos los dos.
Tengo ganas de que todo esto acabe y de estar tranquila.