domingo, 4 de abril de 2010

1994

Hoy he tomado café con un buen amigo, de los pocos que conservo de la etapa de adolescente. Ha sido, como siempre me pasa cuando voy a verlo, un café interminable en el que hablamos, vemos la tele, paseamos, me riñe, le doy la razón a medias y, esta vez, hemos acabado viendo fotos de cuando él tenía 20 años.
Hemos recordado cómo eran nuestras vidas en 1994 y 1995. Él me ha dicho que ahora es más frío, más sexual... nunca amó tan profundamente como en aquellos años. Ahora él dice que no se enamora. Hace mucho que no está enamorado.
En cambio, yo le he recordado lo que a mí me pasó en 1994: que me sentía terriblemente sola. El grupo de amistades que yo tenía en aquella época cayeron sin remedio en la droga, tan sólo se quedaron fuera dos personas. El resto de las amistades, en las que estaba incluído él, estaban estudiando en la universidad y el resto del tiempo con sus respectivas parejas. No amaba, porque había sido desamada en aquella época, estaba todavía enamorada y no tenía ojos para otros chicos. Me quedé vacía y sola.
En 1995 conocí a mi mejor amiga actualmente. Al principio, no me gustaba ella, pero como fuimos coincidiendo, creo que nos adaptamos la una a la otra. No hace mucho, ambas miramos hacia atrás y recordamos todo lo vivido: conocernos, empezar a salir, conocer a nuestras parejas, los problemas con los trabajos, casarnos, sus hijos, su separación, mi divorcio, etc.
Hasta 1998 no conocí a mi exmarido, que fue la persona que me sacó por completo de la soledad y de la monotonía en la que vivía.
Es cierto que, como le pasa a mi amigo que se siente más frío y sexual, yo también me siento distinta a 1994. Esta vez no quise parar, sino que decidí tomar un camino, con más o menos éxito, o mejor o peor a los ojos de los demás. Esta vez sólo me paré cuatro meses, no tres años.